domingo, 8 de setembro de 2013

» Coches, jirafas y bicicletas

» Coches, jirafas y bicicletas
por Miquel Adrià | @miqadria
Muchos arquitectos del pasado siglo se fascinaron con los coches, con la velocidad, con la precisión de la producción en serie y con el virtuosismo del diseño. Sobran ejemplos. Le Corbusier ponía un coche Voisin –diseñado por él, claro- delante de sus famosas casas de los años veinte, antes de fotografiarlas. Beatriz Colomina afirmaba que “asociar el lujo de un coche deportivo con sus casas fue un gran golpe”. Fue el primero que entendió el poder mediático de las imágenes y la asociación entre la arquitectura y los automóviles. De hecho, la curva de la planta baja de villa Savoye, está diseñada en función del radio de giro de un Voisin. También Mies fotografió su primer edificio moderno en la Weissenhof de Stuttgart con un vehículo de la época, con modelo incluida. El coche como símbolo de modernidad y progreso siempre aparece en las metrópolis futuristas del pasado siglo. Wright y Agustín Hernández fueron más allá y recurrieron a los ovnis de los supersónicos. Le Corbusier pregonaba que “una ciudad construida para la velocidad es una ciudad construida para el éxito”. No llegó a imaginar las patologías viarias de un siglo más tarde, los atascos, los segundos pisos, ni el lado corriente de lo que imaginó como un lujo. Hábil publicista de sus proyectos trató de convencer a Citroën, Peugeot y Michelin para que construyeran un prototipo que finalmente realizó el industrial Voisin. Cuenta el arquitecto Antonio Amado Lorenzo que si bien Le Corbusier proyectaba desde la planta, la sección definió el punto de partida de la voiture maximum que diseñó a partir de la proporción √2, donde la cabeza del conductor se situa en el centro de la composición cuadrada. De ese prototipo salió el 2CV de Citroën y probablemente inspiró a Ferdinand Porche cuando dió forma al Volkswagen que le encomendó Adolf Hitler. Poco antes Walter Gropius en 1930 diseñó el Adler Cabriolet aportando elegancia a un coupé de gran lujo bauhasiano, pero mucho más conservador que el utilitario para el pueblo alemán. Y casi al mismo tiempo, en 1933, el estadounidense Buckminster Fuller llevó a cabo su Dymaxion, una eficaz camioneta de tres ruedas que Norman Foster ha rescatado recientemente. Aunque quizá fueron Joseph Maria Olbrich y Otto Wagner los primeros arquitectos en añadir diseño al carruaje motorizado, con su Opel de 1906, pero sin lugar a dudas, la fascinación por la velocidad y la aerodinámica hay que buscarla en Italia. Uno de los que más arriesgaron incorporando formas alabeadas fue Carlo Mollino con su Bisoluro monoplaza. Como en sus muebles y sus casas, el movimiento del usuario contorneó al objeto hasta convertirlo, en este caso, en un bólido.
Pero más allá de los arquitectos diseñadores, están los arquitectos usuarios. Esos personajes libres y glamourosos, que entre semana se escapaban en veloces convertibles a ver sus obras y en las noches eran invitados imprescindibles en todos los locales de moda y estrellas del papel couché. Ferraris, Porches y Alfa Romeos eran parte del mobiliario de cualquier despacho de arquitectura que se preciara en el mundo. Sin ir más lejos, en México, el Buick de Juan Sordo Madaleno era la envidia de sus colegas y los Alfa-Romeo-Giulietta-Spider-convertibles fueron la extensión de la corbata de Augusto H. Álvarez, de Jorge Campuzano y de Rafael Mijares, mientras construían el edificio Jaysour o los museos de Arte Moderno y de Antropología, respectivamente. Por entonces cerraban el periférico y corrian junto a los presidentes Díaz Ordaz o López Mateos, que probaban los regalos de Alfredo del Mazo y jugaban a perder sus respectivas escoltas. También Francisco Artigas decoraba las fotos de todas sus casas funcionalistas de El Pedregal con su colección de deportivos y Luís Barragán presumía de tener el mismo Cadillac en sus casas de la ciudad de México y de Guadalajara.
Pero con el fin de siglo XX y Rem Koolhaas -quien por fin enterró a Le Corbusier- se acabaron los coches. Y las fotografías de arquitectura incoporaron todo tipo de fauna. En su Villa Dall´Ava, en París, fueron unas desconcertadas jirafas y en pocos años los arquitectos de todo el mundo alquilaron elefantes y cebras de circos a la deriva, para estar con los nuevos tiempos y dar escala a sus obras. Y de ahí que las bicicletas de los arquitectos holandeses se expandieran globalmente homenajeando quizá a Josep Puig i Cadafalch, que ya a fines del siglo XIX visitaba sus obras del palau Macaya y de la casa Amatller en bicicleta.